Por: P. Juan Antonio Torres, L.C. 

Cada vez resulta más difícil encontrar parejas jóvenes que quieran emprender la aventura del matrimonio como un compromiso para toda la vida.

Ciertamente, todo lo que emprendemos en la vida nace del deseo de alcanzar la felicidad; el inicio de un noviazgo y de un matrimonio son, por excelencia, uno de los momentos más felices para una pareja joven y todos aspiramos a encontrar, en la mutua relación, aquella felicidad que anhelamos, una felicidad que nunca se acabe, que perdure por mucho tiempo, para siempre.

Sin embargo, tristemente nos encontramos con muchos casos de fracasos matrimoniales a nuestro alrededor y algunos que, incluso, ya llevaban varios años. Esta realidad tan frecuente llena a los jóvenes de desconfianza y se preguntan: ¿Realmente es posible pensar en el matrimonio para toda la vida?

Aunque es verdad que hay muchos casos de fracaso en el matrimonio, también hay muchísimos que nos demuestran que el amor eterno sí es posible.

¿Cuál es el secreto?

Todo noviazgo comienza con el enamoramiento, ese fenómeno tan peculiar de nuestra naturaleza nos lleva a “perder la cabeza” y a pensar en nuestra pareja todo el día, a desear estar con ella lo más posible, a ver solo lo bueno de su persona y a minimizar sus defectos, a buscar agradarlo en todo, etc.

Estos síntomas de todo enamoramiento son los que al final nos llevan a comprometernos; buscamos mediante ese compromiso que la sensación de felicidad se convierta en algo perdurable. Si el enamoramiento es el inicio, también debe ser la continuidad y el final de toda historia en pareja. Un compromiso matrimonial es perdurable en la medida en que perdura también el enamoramiento.Tanto el hombre como la mujer, una vez que pasa la explosión inicial del enamoramiento sensible y emocional, deberán buscar la manera de hacer que renazca el enamoramiento cada día, a fuerza de voluntad, de decisión y de creatividad.

El propósito de ser felices en pareja por toda la vida depende de la capacidad de mantener vivo el enamoramiento en la montaña rusa de las circunstancias cambiantes de la vida: No dejar de pensar en mi pareja, buscar agradarle en todo, enfocar la atención en sus aspectos positivos, minimizar sus defectos. Ese es el secreto de la perdurabilidad.

Por lo mismo, antes de emprender el compromiso matrimonial es importante que los dos miren hacia la eternidad, como meta final de su enlace, que sean muy honestos el uno con el otro y que, la base anímica y psicológica de ambos, no presagie resquebrajamientos en la estructura de la personalidad.

Por lo demás, nadie es perfecto, la predisposición a perdonar y a pedir perdón debe ser una actitud constante, sobre todo para los pequeños y continuos roces de cada día, pero también para los errores y ofensas más relevantes.

Sin esta predisposición al perdón, es muy difícil despertar el enamoramiento cada mañana. Por último, pero que debería ser lo primero, es necesario ser muy conscientes de que la presencia de Dios en la relación matrimonial es un factor que garantiza una mayor fidelidad. Porque la gracia de Dios, su perdón continuo y su testimonio, que aprendemos en el Evangelio, son siempre un estímulo continuo a permanecer en el compromiso de amor para toda la eternidad; por ello, es muy sabia la aseveración: La pareja que reza unida, permanece unida.