Por: Rosela Abaroa Garrido, Psicóloga.
“No necesito de nadie para estar bien”, es la mentira que muchas personas han contado y creen cierta. La sociedad moderna pone como expectativa deseable la independencia y el éxito individual sin cooperación; sin embargo, la realidad es que los seres humanos somos sociales y necesitamos de los demás para cubrir nuestras necesidades. Somos producto de la colaboración y el cuidado de otros y, gracias a nuestra interacción con los demás, aprendemos a relacionarnos tanto con el mundo externo, como con nuestro mundo interno. Es decir, aprendemos a regular nuestro sistema nervioso a partir de la interacción con los demás.
La autorregulación emocional es la capacidad de gestionar nuestras emociones y pensamientos de manera efectiva, dirigiéndose intencionalmente hacia nuestros objetivos. Por ejemplo, esta habilidad te permite distinguir cuando un evento que provoca una emoción intensa, como el enojo, amerita una reacción impulsiva, como gritar, o si es mejor optar por tener una conversación asertiva para señalar lo que te está molestando. Esta habilidad se puede aprender, se moldea con la experiencia y está influida por la interacción que tenemos con otras personas, ya que aprendemos de los cuidadores primarios cómo relacionarnos con el mundo y, por ende, cómo gestionar nuestras emociones.
El Dr. Stephen Porges, explica en la teoría Polivagal, cómo nuestro sistema nervioso tiene el objetivo de mantenernos seguros y vivos; este regula funciones vitales como el ritmo cardíaco, la respiración, la presión arterial, el tono muscular, el deseo de vincularnos con otros, la relajación y la creatividad. Funciona como un detector de humo: Si las señales del ambiente son amenazantes, se activa nuestro sistema simpático, que prepara al cuerpo para atacar o huir. Si el ambiente no se percibe como peligroso, se activa el sistema vagal ventral, lo que nos permite relajarnos, buscar a otros para conectar y poner en marcha los procesos creativos.
Este proceso de “entrenar el detector de humo” comienza antes del nacimiento, cuando nos familiarizamos con la voz de la madre. Al nacer, aprendemos a leer el ambiente a través de un proceso llamado neurocepción, que es la manera en que el cuerpo nos mantiene a salvo leyendo las señales del entorno. Desde niños, aprendemos a reaccionar a nuestros cuidadores respondiendo al tono de voz, la postura corporal, los movimientos y los gestos. Por ello, para fomentar la corregulación, es importante que se proporcione a los niños un ambiente sano, donde se respete la rutina, los cuidadores sean receptivos y amorosos, y se promueva la corregulación mediante la enseñanza, a través del ejemplo, de estas habilidades.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando no aprendemos a regularnos a través de la conexión con los demás? Nuestro cuerpo, mediante el sistema nervioso simpático, permanece en un estado constante de alerta, lo que genera altos niveles de estrés. A largo plazo, esto puede derivar en complicaciones médicas y mentales.
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