Entre la idealización y la realidad
Por: Rosela Abaroa Garrido, Psicóloga.
En este mes en que celebramos el “Día de las Madres”, es común que se movilicen muchas emociones: Gratitud, amor, nostalgia… pero, también otras como dolor, culpa o ambivalencia. Hoy quiero invitarte a reconocer una realidad de la que poco se habla, pero que es la vivencia de muchas personas.
No todas las personas tienen una relación perfecta con su mamá, y está bien. Existe un peso cultural muy fuerte que idealiza la figura materna: Siempre amorosa, sin errores, abnegada, disponible para todos, incansable. Esta expectativa, además de ser poco realista, dificulta ver con una mirada humana a nuestras madres (y hacia nosotras mismas, si también somos madres). Reconocer esto no significa “culpar a mamá”, sino observar con honestidad y compasión para poder sanar.
A veces se nos olvida que las personas que forman parte de nuestra familia tienen su propia historia de vida. Observar con cierta distancia emocional nos permite reconocer que “mamá” es una persona como cualquier otra: Con limitaciones, miedos, aspiraciones, heridas y expectativas hacia quienes la rodean. Verla así nos ayuda a humanizar la relación, sin que esto implique justificar conductas que puedan haber sido dolorosas o dañinas.
Te invito a hacer una pausa y preguntarte:
¿Me estoy relacionando con mi madre desde la expectativa de lo que me gustaría que fuera?
¿Qué cualidades he asociado a lo que “debería” ser una madre?
Tómate unos minutos para reflexionar y escribe en una hoja tus expectativas.
Luego, del otro lado, anota:
¿Quién es mi mamá en realidad?
¿Cuáles son sus cualidades, actitudes, gustos?
¿Quién es ella más allá del rol de madre?
A partir de lo que hoy sabes, puedes intentar relacionarte de una manera distinta. No es fácil, pero tampoco es imposible. Sanar un vínculo, muchas veces, implica tener conversaciones incómodas, adoptar una actitud diferente frente a los conflictos, reconocer nuestros propios errores, aprender a pedir perdón y darnos la oportunidad de volver a intentarlo, cuando sea necesario.
¿Y si la relación no mejora, aunque yo lo intente?
Hay momentos en los que, a pesar del deseo de acercamiento, la otra persona no está dispuesta a cambiar o a mirar la relación desde otro lugar. En estos casos, toca reconocer esa realidad y aceptarla desde el amor.
Las relaciones se construyen de ambos lados. Si una parte está dispuesta a mostrarse vulnerable y trabajar en el vínculo, pero la otra permanece cerrada, es necesario aceptar lo que hay, aunque duela. Esto también es parte del proceso de sanar: Poner límites claros, cuidar de nuestro bienestar emocional y comprender que sanar no siempre implica reconciliar.
A veces, sanar significa soltar la necesidad de tener una madre diferente y aprender a vivir con lo que sí hubo y con lo que no. Desde ahí, podemos construir paz interior, claridad y compasión hacia ella, hacia nuestra historia y, sobre todo, hacia nosotras mismas.
Recuerda, esto aplica hacia cualquier relación. ¿Desde dónde te estás relacionando?
Gracias por llegar hasta acá en la lectura, un abrazo muy grande a todas las mamás en su día, estoy segura que estás haciendo lo mejor que sabes.
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