Psic. Rosela Abaroa Garrido
Hay heridas que son invisibles, muchas de ellas comienzan en la infancia, cuando pensamos que “el niño no lo entiende”, “no le va a pasar nada, está muy chiquito” o “lo va a superar”. Los eventos traumáticos afectan el desarrollo cerebral, impactando áreas relacionadas con la memoria (el hipocampo), el pensamiento lógico y la toma de decisiones (corteza prefrontal) y, el procesamiento de emociones (la amígdala).
Las experiencias adversas en la infancia (EAI), se refieren a situaciones que generan un estrés significativo en los menores de hasta 17 años. Se ha observado que una persona que ha experimentado más eventos adversos, tiene mayor probabilidad de presentar complicaciones a lo largo de su vida, como enfermedades físicas, dificultades en las interacciones interpersonales y problemas relacionados con la salud mental.
Estas experiencias adversas se clasifican en tres categorías: Abuso, negligencia y disfunción en el hogar. Se considera una situación adversa, vivir violencia directa o hacia un familiar, abuso (físico, emocional o sexual), negligencia por parte de los cuidadores primarios, pérdida de un familiar o amigo cercano, falta de acceso a servicios de salud, discriminación, problemas financieros, cambios constantes de residencia o no tener un hogar, inestabilidad familiar, como tener un familiar encarcelado, que la madre sea víctima de violencia, abuso de sustancias, la presencia de problemas mentales no tratados y la pérdida de las figuras parentales o el divorcio.
Cuando experimentamos un evento altamente estresante, el cuerpo produce hormonas (como el cortisol y la adrenalina) que, en el momento del evento, ayudan a adaptarnos a la situación. Esto aumenta la frecuencia cardiaca, cambia la respiración, la visión se vuelve más enfocada y nos hace más reactivos. Esto es útil a corto plazo para sobrellevar la situación. Sin embargo, cuando se vive un evento traumático, el cuerpo permanece en ese estado constante, produciendo un estrés tóxico que afecta a largo plazo el funcionamiento del cerebro.
Las EAI, se ven reflejadas en la vida adulta como una respuesta al evento traumático. Esto puede manifestarse como ansiedad, depresión, estrés postraumático, fobias, insomnio, cambios en el estado de ánimo, abuso de sustancias, trastornos de la conducta alimentaria, aumento de la presión arterial, problemas cardiovasculares y, puede reducir la expectativa de vida hasta 20 años.
Es importante reconocer que, si bien estas situaciones aumentan el riesgo, no necesariamente se van a presentar todas las posibles consecuencias. También, es fundamental reconocer que existen factores protectores que ayudan a los niños a vivir e integrar el trauma, entre ellos, el acompañamiento psicológico es esencial; así como, ofrecerles espacios donde puedan crecer con amor y compasión.
Promover un estilo de vida saludable mediante una buena alimentación, ejercicio físico, ciclos de sueño adecuados y, si es necesario, enseñarles a manejar sus emociones y aprender habilidades sociales, los ayudará para el resto de su vida, permitiéndoles crear vínculos y relaciones sanas.
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