Por: FRACTAL.
Es súper liberador escuchar a Miley Cyrus cantar que podemos comprarnos flores, escribir nuestro nombre en la arena y sacarnos a bailar a solas. No nos dice nada nuevo, es cierto. Es un mensaje motivacional que ya hemos escuchado; sin embargo, cuando por experiencias de la vida, logras hacerlo tuyo con autoconfianza y convencimiento, la letra de la canción resplandece y dices: “Miley, yo también he estado ahí y te entiendo: nadie puede amarme mejor que yo misma”.
Lo pienso también en términos de belleza. No es tan fácil llegar al momento en que no necesitas del elogio ajeno para confirmar que siempre has sido y serás una persona bella. ¿Qué es lo que vemos cuando nos miramos al espejo?, ¿con qué criterio juzgamos nuestras pecas, el corte de cabello, la talla, la edad o el tono de nuestra piel?, ¿es nuestra imagen la que se refleja o es la que construimos en función de ser para alguien más?
Se nos instruye a ser deseables para los otros. Nos repiten que la apariencia es la carta de presentación y que como nos vean seremos tratadas, con la misma lógica de producción con que se crean los empaques de los productos en anaqueles para lograr ser tomados en cuenta.
Así es como nos paramos a solas frente al espejo, con ojos escrutadores que creemos que siguen siendo los nuestros, pero que ya no nos pertenecen porque es la mirada de los demás la que ha definido la nuestra.
¿Qué es la belleza?
Imposible definir un concepto tan rebelde y carente de límites. “La belleza está en los ojos de quien observa”, dice la frase y es cierto, pero no en los ojos ajenos. La única persona que observa soy yo y para mí misma.
Con mis arrugas, mis kilos, esta silueta que me hace única: es el cuerpo con el que recorro el mundo y que es solo mío. La belleza no es relativa sino un absoluto: está en todos a la espera de la propia mirada para ser revelada.