Por: Pamela Cuevas, Master Coach Organizacional.

Con el paso del tiempo, hemos evolucionado en nuestra manera de percibir el inicio de cada año, como una oportunidad para reflexionar y renovarse.

“Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre, ni el río, serán los mismos” Heráclito. Esto, refleja cómo las diferentes épocas han influido en nuestra conexión con el desarrollo humano, permitiéndonos comprender que, lo único que realmente nos llevamos al dejar este plano terrenal son las experiencias que vivimos. Estas experiencias son las que nos hacen únicos y nos otorgan autenticidad en el presente.

En las primeras civilizaciones, los rituales y las celebraciones marcaban los ciclos naturales del tiempo, simbolizando un renacer personal y comunitario.

“Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta” Carl Jung

Con el avance de la historia, estas tradiciones evolucionaron para incorporar filosofías y perspectivas que profundizaron en la importancia del crecimiento personal. Hoy vivimos en una era donde la introspección y el desarrollo humano son herramientas esenciales para enfrentar los desafíos de un mundo en constante cambio.

Una forma de visualizar esta transformación es, a través de una analogía con la tecnología. Como dijo Steve Jobs: “La innovación es lo que distingue a un líder de un seguidor”.

Al igual que cuando buscamos mejorar el rendimiento de una computadora seleccionando y eliminando programas obsoletos, también en nuestra vida debemos identificar aquello que ya no nos sirve, aquello que ha caducado o que ocupa espacio sin aportar valor.

Al hacerlo, creamos lugar para incorporar nuevas herramientas, hábitos y conocimientos que nos ayuden a generar contenido de mayor significado para el proyecto de vida que estamos construyendo.

Esta analogía también refleja la responsabilidad que tenemos en nuestras elecciones. Como declaró Viktor Frankl: “Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”.

Lo que decidimos integrar o desechar, no solo afecta nuestro presente, también el futuro que deseamos construir. Reconocer que no somos un producto terminado, sino un constante proceso en movimiento, es una forma poderosa de empoderarnos. Vivir en gerundio, es decir, en acción continua, nos permite recordar que cada segundo de nuestra existencia nos da la oportunidad de transformar lo que somos y lo que ofrecemos al mundo.

Iniciar cada año con esta perspectiva nos invita a sensibilizarnos con nuestra propia humanidad y nuestro potencial infinito. Como escribió Rumi: “Ayer era inteligente y quería cambiar el mundo. Hoy soy sabio y estoy cambiando yo mismo”. Esta sensibilización no solo implica desechar lo viejo y abrazar lo nuevo, sino, también cultivar la gratitud por las lecciones aprendidas y las relaciones que nos fortalecen. Al hacerlo, no solo creamos un mejor futuro para nosotros mismos, también contribuimos al bienestar colectivo, dejando un legado que trasciende el tiempo y las generaciones.

Hoy más que nunca, esta reflexión se vuelve esencial.

“El arte de ser sabio, es el arte de saber qué pasar por alto” William James.

En un mundo lleno de distracciones y demandas, tomarnos un momento para pausar, observar y redefinir nuestras prioridades nos ayuda a vivir con mayor intención. Cada año nuevo es una página en blanco, una invitación para escribir una historia que no solo nos haga mejores, sino que, también, inspire a quienes nos rodean a hacer lo mismo.

Gratitud infinita por lo que hoy tenemos… Lo que falta, será otra historia.
¡Feliz año nuevo querido lector!

#SentirNoEsElección, provocar sensaciones sí lo es.