Una tradición cambiante que conmemora un gran evento.
Por: Laura Uscanga
Haciendo un poco de historia, se tenía la creencia que el compartir el pastel con los invitados era señal de buena fortuna para los recién casados, ya que se destina un espacio y momento especial en la fiesta, donde se integra a los novios, con sus amigos y familiares, en un acto simbólico de unión y celebración de tan importante enlace.
Otro dato interesante del pastel es que simboliza la fertilidad y prosperidad, en la antigua Roma, se cuenta que se rompía un pan dulce sobre la cabeza de la novia y los invitados recogían migajas, como señal de buena fortuna.
En la Edad Media, empieza a tomar forma más parecida a la que conocemos hoy, pequeñas torres de frutas o pan, y la tradición dictaba que los novios tratarán de besarse a través de la pila de pasteles como símbolo de prosperidad.
Con la boda de la reina Victoria, en 1840, el pastel se convirtió en un ícono de elegancia y exclusividad, y ya empiezan a notarse sabores especiales y diseños personalizados.
Hoy en día, se puede decir que el pastel, no sólo es un postre o regalo a los invitados de la boda, es una pieza diseñada que debe reflejar la personalidad de los novios y el estilo de la fiesta.
La variedad de sabores y creaciones es infinita y, por supuesto, única.
Si te casas y quieres hacer este momento memorable, elije un pastel que sea pieza central de la decoración. Junto a tu futuro esposo, parte esa primera rebanada y piensa que será la primera de muchas acciones que harán juntos como pareja y, por supuesto, reparte esa felicidad, abundancia y buenos deseos, mismos que, seguro, se multiplicarán.
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