En 1966, cuando la reina Isabel cumplió 40 años ya había atravesado una Guerra Mundial, una boda con el hombre que amaba, una invasión a Egipto para recuperar el canal de Suez y el proceso donde África dejaba de ser colonia para recuperar su independencia. Cuando no reinaba intentaba ser la madre de Carlos de 18 años, Ana de 16, Andrés de 6 y Eduardo, de apenas 2.

En 1988, cuando el príncipe Carlos cumplió 40 años su matrimonio con Lady Di se resquebrajaba públicamente. Seguía enamorado de Camilla Shand y atrapado en un matrimonio conveniente pero desamorado. Con su madre firme en el trono comenzaba a sentirse el eterno heredero. Desde 1970, cuando propuso pero le negaron ser gobernador de Australia, se preguntaba “¿Qué se supone que debes pensar cuando estás preparado para hacer algo que ayude y simplemente te dicen que no te quieren?”. A los 40, no tenía respuesta.

Hoy el nieto de la reina Isabel e hijo de Carlos, el príncipe William cumple 40 años. No surfeó una guerra como su abuela ni vive en un matrimonio ficticio como su padre. No decidió renunciar al trono como su tío bisabuelo ni se despidió de sus deberes reales como su hermano. Disfruta la misma popularidad que acompañó a su madre pero no sus tortuosos dilemas. Sabe que su abuela no lo prefiere como nieto pero que lo elige como rey. William es ese tipo de persona que en el bar no te hace reír con sus bromas pero en el que siempre confías como conductor designado. Llega a los 40 años alejado de escándalos, polémicas, infidelidades públicas y frustraciones privadas, con una vida mucho más sencilla y sobre todo feliz que la que transitaron sus familiares.

William Arthur Philip Louise nació el 21 de junio de 1982 en el hospital St. Marys de Londres. Para anunciar su nacimiento, sus padres posaron felices con él en la puerta del sanatorio. Diana lucía un vestido verde de lunares blancos, cuello marinero y una gran sonrisa pero el dolor la atenazaba. Había tenido un parto largo. Su primogénito demoró quince horas en llegar al mundo. Al salir del hospital la esperaban los fotógrafos. Sonrió, disimuló pero en el coche, se echó a llorar. Le dolía el cuerpo, pero sobre todo el alma: su marido había elegido la fecha del nacimiento ajustándolo a su agenda de polo.

Aunque Diana quería que su hijo tuviera una vida relativamente “normal” pronto William descubrió lo que significaba ser el primogénito. Tenía siete años cuando le anunció a su mamá que sería policía. “Ah, no. Tú no puedes”, lo cortó su hermano menor, el príncipe Harry. “Tu tienes que ser Rey”. En ese momento no lo sabía pero después le contarían que su abuela había tenido un diálogo similar con su hermana. Fue en 1936 “¿Serás la próxima reina?” preguntó Margarita . “Sí, algún día”, respondió Isabel. “Pobrecita”, concluyó la menor.

A los ocho años lo inscribieron pupilo a la escuela Ludgrove. Era bastante inquieto. En un partido de golf se golpeó accidentalmente con un palo. Fue diagnosticado con una fractura de cráneo, que requirió una cirugía de 70 minutos. Desde entonces luce una cicatriz en la frente que algunos comparan con la de otro ícono inglés: Harry Potter.

Carlos sentía un gran orgullo por su hijo pero repetía el trato distante que había recibido de sus padres. Diana no quería que su hijo solo aprendiera “a estrechar manos”, como le había pasado a su esposo. Lo llevaba a refugios de gente sin hogar pero también a parques de diversiones, restaurantes, tiendas de videojuegos y sobre todo lo abrazaba porque -repetía- “los abrazos hacen mucho bien, especialmente a los niños”.

Desde chico William mostró que tenía un fuerte carácter. Cierta vez, Diana lo acompañó en una jornada de juegos con amigos. Luego de un rato largo lo llamó, pero él siguió jugando. Lo volvió a llamar pero él la desoyó. Diana con más de madre que de Lady fue hasta donde estaba su hijo y sin importarle los paparazzi, lo llevó a la fuerza hasta el auto que los devolvió al palacio de Kensington.

Como todo adolescente de los 90, a los 13 años William estaba enamorado de la súper modelo Cindy Crawford. Sin que su hijo lo supiera Diana decidió invitarla junto a otras supermodelos al Palacio para sorprenderlo en su cumpleaños. “Cuando volví del colegio tenía a Cindy Crawford, Christy Turlington y Naomi Campbell esperándome arriba de las escaleras “, contaría el príncipe mucho tiempo después. “Me puse rojo de vergüenza y no sabía bien qué decir, estaba titubeante. Creo que me casi me caigo desde lo alto de la escalera. Estaba totalmente pasmado.” Además del póster de Cindy, en su habitación William también había colgado el de Pamela Anderson con su malla de guardavidas.

El 31 de agosto de 1997 la princesa murió en un accidente, el mundo se detuvo un momento pero el de William estalló en mil pedazos. La reina creía que cualquier referencia de Diana sería “desgarradora” para sus nietos. Ordenó que todas los televisores y radios fueran ocultados en el Balmoral para que no escucharan ningún detalle traumático en las noticias.

El 6 de septiembre millones de personas vieron a William y Harry caminar detrás del ataúd que llevaba los restos de su madre. William, con la cabeza siempre baja, estaba acompañado de su tío Lord Charles Spencer, su hermano Harry, un siempre contenido príncipe Carlos y un leal duque de Edimburgo que con 75 años acompañó esa caminata interminable de kilómetro y medio junto a sus nietos.

En público, ni William y Harry derramaron una lágrima. Se comportaron como se esperaba de dos royals pero no de dos niños que habían perdido a su mamá. Recién cuando nació George su primer hijo, William pudo poner en palabras lo que sufrió. “Tener hijos es el momento que más te cambia la vida, realmente lo es. Y cuando uno experimentó algo tan traumático en la vida, como en mi caso fue la muerte de mi madre cuando yo era muy joven, las emociones vuelven a flor de piel, porque estás en una fase muy diferente”.

La vida siguió. Fue alumno del colegio Eton como deseaba su madre y no del Gordonstoun como deseaba su padre. No heredó la nulidad de su progenitor para los deportes, él practicaba fútbol, natación, básquet y era capitán del equipo de waterpolo. Sí heredó cierta personalidad de Carlos, como él era solitario y desconfiado. Lo mejor de ese tiempo fue que la familia real acordó con la prensa sensacionalista que no lo persiguieran.

Después de terminar sus estudios, William se tomó un año sabático. Se entrenó con el ejército británico y dio clases a niños en el sur de Chile. Dejó de ser un adolescente tímido para convertirse en un joven atractivo. Se rumoreaba que era adicto a las fiestas y las drogas, pero nunca hubo fotos.

En 2001 se anotó en la universidad de Saint Andrews. Cuando se supo ese dato, el número de mujeres inscriptas aumentó de manera notable. Entre esas chicas estaba Kate Middleton. Según cuenta la historia, el príncipe se interesó por ella cuando la vio caminando por la pasarela de un desfile de modas benéfico con un vestido muy sensual. Le fue bastante difícil enamorar a Kate, ella quería seguir siendo su amiga y hasta lo rechazó cuando él intentó besarla en una fiesta. Aun así, parece que su sólida amistad inicial terminó siendo algo bueno a largo plazo. “Ser amigos creo que fue una gran ventaja”, dijo en una oportunidad. Finalmente comenzaron a salir. Todo parecía ir bien pero en 2004, un año antes de que se graduaran. el príncipe de 22 años le dijo a varios de sus amigos que se sentía “claustrofóbico”. La pareja se separó de forma secreta.

El amor fue más fuerte y en 2006, Kate reapareció en un desfile de William en Sandhurst. Al tiempo y rompiendo otra tradición convivieron sin casarse. Se mudaron a su primera casa en 2010. Después de ocho años de noviazgo, y cuando parecía que nunca habría boda del año, el príncipe William le propuso matrimonio mientras estaban de vacaciones en Kenia. En otro significativo guiño al pasado, William usó el anillo de su madre para obsequiarle a su prometida. “Esta es mi manera de mantenerla cerca de todo”, dijo ante las cámaras de televisión.

El viernes 29 de abril de 2011, Kate y William se casaron felices y enamorados en la Abadía de Westminster. En la boda la pareja mostró que nuevos tiempos llegaban. Entre los invitados había celebridades, miembros de la realeza y políticos pero también estaba Martin y Sue Fidler los carniceros que solían atender a los Middleton, Ryan Naylor, el cartero del barrio y John Haley, el dueño del bar al que solía ir la pareja.

En la actualidad, William es la persona con mayor aceptación en el Reino Unido. Es un hombre querido y admirado. Pero él se siente agobiado, dicen. Sobrecargado de trabajo, de responsabilidades. Mucho más en el último tiempo donde asumió más tareas protocolares en reemplazo de su abuela. Además, la renuncia del príncipe Harry y Meghan Markle a su trabajo oficial para la Corona obligó a los duques de Cambridge a tomar más compromisos oficiales.

 

Con una imagen que transmite aplomo se sabe que intenta dominar sus ataques de ira. Dicen que se enfurece cuando todo no está como él ordena aunque cabe preguntarse si es un problema de ira o simplemente alguien que como futuro rey sabe que sus deseos no son deseos sino órdenes.

Por su cumpleaños número cuarenta la Royal Mint, la casa de moneda británica, distribuyó una edición limitada de una moneda de cinco libras con su rostro. Mientras se prepara para festejar, una pregunta sigue sin respuesta cierta: ¿Por quién se inclinará la reina cuando decida a su sucesor? William tiene la esperanza de que su abuela lo unja por sobre su padre, Carlos, el heredero eterno. Cree que merece que su tiempo llegue más pronto: la popularidad suya y de Kate supera a la de su padre y Camilla de Cornualles. Aunque tiene razón… ¿es razón suficiente? Nadie sabe qué piensa Isabel II al respecto.

Mientras espera la respuesta, hoy seguramente pasará el día entre los abrazos y besos de sus hijos George, Charlotte y Louis. Con 40 años no tiene todo lo que quiere pero sí quiere todo lo que tiene. Y eso, para los Windsor, más que un logro es casi un milagro.