Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin se conocieron a finales de julio de 1996 durante los Juegos Olímpicos de Atlanta. Dicen que fue ella la que al ver por primera vez a ese atleta de ojos azules tan alto como guapo preguntó “¿Quién es ese rubio?” y pidió su teléfono. El primer encuentro formal fue en una cena organizada en honor a los deportistas.

A partir de aquel momento, la pareja empezó a verse cada vez que podía, eso sí siempre con amigos para evitar las portadas que ya intuían con “el romance de la infanta y el deportista”. Los amigos los camuflaban en los asientos traseros de sus autos para que no los siguieran ni periodistas ni escoltas, así vieron el concierto de Michael Jackson en Zaragoza. Alguno alzó las cejas cuando la infanta pidió incorporar a su agenda la asistencia a los partidos de handball del equipo de Urdangarin, pero no mucho más.

Pasaron un año escondiéndose y casi no salían solos. Existían dos motivos para tanto secreto. El primero es que el romance entre una noble y un simple deportista -por más pinta de príncipe de cuento que tuviera- no se vería bien. De hecho, Elena, su hermana mayor se había casado con don Jaime de Marichalar, que lo que no tenía de guapo le sobraba de aristócrata. La segunda razón era que había “una tercera en discordia”. En realidad, una primera.

Iñaki estaba de novio y convivía con Carmen Cami, su novia de toda la vida y durante un tiempo mantuvo ambas relaciones. El 30 de abril cuando Iñaki y Cristina anunciaron su compromiso, Carmen se enteró de que ya no estaba de novia.

“No quiero hablar de esto. No estoy dolida con él. Estoy muy tranquila, muy bien y muy feliz. No tengo ningún problema con él y les deseo mucha felicidad”, expresó ante los reporteros que la interceptaron en Barcelona, lo que se dice una lady.

El rey Juan Carlos no veía con buenos ojos el romance de su hija. Si para los deportistas olímpicos no era un secreto que “Iñaki era el guapo chulito, el que se hacía notar, el que ligaba y tonteaba con todas”, muchos menos para el monarca y sus informantes. Pese a la desconfianza paterna -quizá porque un infiel reconoce a otro infiel- el romance siguió.

El 4 de octubre de 1997, París no fue una fiesta pero sí, Barcelona. Ese día la infanta Cristina e Iñaki se casaron en la Catedral de la Santa Creu y Santa Eulàlia. La novia no podía estar más bella y sobre todo, más enamorada. Su sonrisa genuina mostraba que se casaba con el hombre que había elegido. Entró a la iglesia como duquesa de Palma, título concedió por su padre. Los duques se instaron en la ciudad de Gaudí. Todo era alegría.

Los recién casados mostraban la imagen de un matrimonio perfecto. Se los veía caminar enamorados. Discretos pero felices se dejaban fotografiar. Proyectaban una imagen idílica y familiar. Los escándalos eran exclusividad de otras coronas: la británica con Carlos y sus problemas maritales con Lady Di o la monegasca con sus siempre rebeldes Carolina y Estefanía. La española, en cambio, parecía un catálogo de virtudes.

A la imagen de matrimonio ideal se le sumo la de familia perfecta. En 1999 los duques fueron padres de Juan Valentino, al año siguiente llegó Paolo Nicolás, en 2002 vino Miguel e Irene en 2005. Los veranos en Palma de Mallorca compartiendo viajes en velero con su abuela Sofía, los inviernos de esquí en Baqueira, las salidas en familia por el barrio de Pedralbes el más caro de Barcelona, los estudios en el liceo francés de los hijos y las escapadas románticas de los padres hacían creer que un mundo ideal era posible, pero ya lo dice el dicho “no todo lo que brilla es oro”.

A partir de su casamiento Elena, siempre simpática, comenzó a alejarse de sus amigas, algo que podía entenderse quizás por sus compromisos familiares y protocolares. Iñaki también comenzó a dejar su imagen de muchacho simpático por otra más distante. Sus amigos recuerdan que poco a poco fue dejando de llamarlos y solo aceptaba en su círculo a aristócratas o ricos. Al final ya ni siquiera disimulaba. Uno de ellos, perdió el trabajo y fue a pedirle ayuda. “Cogió el currículum y lo tiró encima de una mesa, dijo algo así como ‘ya veré que puedo hacer’ y nunca hizo nada”.

Quizá porque se retiró de la máxima competición y se aburrió, quizá porque pensó que no sus fueros pero sí sus títulos lo protegerían, lo cierto es que Iñaki decidió reorientar su carrera a la organización de eventos deportivos y creó el Instituto Noos, una especie de ONG. Comenzó a visitar despachos oficiales ofreciendo “te traigo a quien quieras, tú eliges”, para proponer diversos eventos. Si alguien se mostraba reticente a recibirlo, una llamadita del rey Juan Carlos arreglaba problemas de agenda.

Los eventos eran un éxito hasta que a alguien se le ocurrió calcular cuánto costaban y descubrió que ni contratando a Ronaldinho -que en ese momento cobraba 75 mil euros por presentarse una hora a un evento- las jornadas de Iñaki podían facturar lo que facturaban: seis millones de euros. La construcción de un palacete millonario para habitar también levantó sospechas. Ante el escándalo que se avecinaba, la Casa Real discretamente se le pidió/exigió que dejara la presidencia de Noos. Urdangarin aceptó un puesto como ejecutivo de Telefónica y todos se mudaron a Washington.

Iñaki y Cristina siguieron con su vida perfecta hasta que en 2011 se conocieron facturas que demostraban que la entidad sin ánimo de lucro no era más que una tapadera para el enriquecimiento del matrimonio.

Cristina de Borbón aparecía como propietaria del palacete de Pedralbes y secretaria del Consejo de Administración. Es decir que los duques de Palma habían utilizado una falsa ONG para enriquecerse con los fondos públicos que cobraba el Instituto Nóos. Una cosa eran los sobreprecios ya de por sí cuestionables, pero si el matrimonio además habían metido “la mano en la lata” y usado los fondos para su beneficio, eso en todo el mundo tiene un nombre: corrupción.

El escándalo fue tal que por primera vez no se pudo ocultar. Se sabe que la prensa ibérica -a diferencia de la británica- siempre mantuvo silencio sobre los escándalos de su monarquía. Las infidelidades de Juan Carlos, la tristeza de Sofía, el desamor del matrimonio de la infanta Elena, todo se ocultó. Pero esta vez las pruebas eran tan contundentes que la Justicia intervino. La imputación de Iñaki era inevitable y don Juan Carlos advirtió en un discurso a la nación de que la ley es igual para todos, en clara referencia al esposo de su hija.

La Casa Real se enfrentaba a un escándalo sin precedentes. Un consejero fue a hablar con Cristina para pedirle que se divorciara de su marido. Ella no solo se negó terminantemente. Dijo que no se arrepentía de nada y que todo era una conspiración contra la Monarquía.

El caso Nóos no solo destapó la falta de escrúpulos de Urdangarin con los fondos públicos también con el concepto ya no de fidelidad pero al menos lealtad matrimonial. Se conocieron una serie de correos electrónicos donde se presentaba como “el duque Em-palma-do”. Hasta ahí quizá una muestra de dudoso humor pero también se filtraron mensajes con una ex novia suya luego casada con uno de sus mejores amigos.

En uno de ellos le escribía: “Hola pedazo de mujer…” y da a entender que buscaban verse “el día ya lo tenemos pero el lugar no. Triste no?… No te desanimes y dale a la cabecita a ver si se te ocurre algo”. Y otro mucho más explícito: “Dime como estás el viernes para comer o para cenar, mejor para cenar y follar… que de follar no te libras”.

Dicen que sus encuentros ocurrían en la casa familiar donde ella pasaba como una amiga de la pareja. Ante esta evidencia, otra vez Juan Carlos no como rey sino como padre y Felipe no como heredero sino como hermano, intentaron nuevamente convencer a Elena para que se divorcie, pero ella eligió apoyar a su pareja.

Cuando trascendieron los mensajes, Iñaki demandó a los medios porque según sus abogados “su matrimonio con la infanta doña Cristina, no implica que las intimidades sexuales del duque de Palma no pertenezcan a su más estricta intimidad”. Ante el juzgado Iñaki declaró que “Las infidelidades no se reconocen. No le interesa a nadie más si yo he cometido una o dos supuestas infidelidades. Quiero preservar mi intimidad y la de mi familia, que es lo que más me importa en esta vida”. O sea no calló pero otorgó.

En el juicio, la infanta se presentó como una mujer enamorada -algo muy cierto-, que nunca pensó mal de su marido -algo no tan creíble- y sin participación alguna en la trama. Esta última opción quedo pulverizada cuando se mostró su firma en documentos encaminados a desviar fondos, evadir impuestos y su foto en un lugar destacado en los folletos promocionales. El juicio terminó con el marido condenado a seis años y tres meses de prisión -el fiscal había pedido 20 años- y con Cristina absuelta pero pagando una multa de 265 mil euros. Es que todos somos iguales ante la ley excepto si tenés coronita.

Enojada con el veredicto, Cristina de Borbón confesó a sus compañeros de sala que “no volvería a pisar este país” y se quedó en Ginebra. Iñaki entró a la cárcel en 2018 y su esposa fue a verlo tanto en Brieva (Ávila) donde era el único hombre preso en una cárcel de mujeres, luego el Centro de Inserción Social (CIS) de Alcalá de Henares (Madrid) y, por último, la prisión de Zaballa (Ávila).

El matrimonio nunca hizo un mero gesto de arrepentimiento. Condenado uno, multada la otra ni siquiera escribieron un escueto comunicado aunque sea para guardar las apariencias. Consciente del daño que esto provocaba en la corona, Felipe VI se olvidó del hermano y actuó como rey: le revocó el título de duquesa de Palma a ella y a su marido.

En el mes de junio, Iñaki logró el beneficio de dormir fuera de la prisión. Decidió dormir en la casa de su madre. Al tiempo le permitieron salir a diario para ir a trabajar y disponer de los fines de semana libres. Cristina viajaba desde Ginebra para visitarlo. Hasta lograron pasar unos días de vacaciones en la playa de Bidart.

Cuando parecía que algo de “normalidad” volvía a la familia aparecieron las fotos de Iñaki caminando de la mano de Ainhoa Armentia, una mujer casada y con dos hijos.

Ante el nuevo escándalo, Cristina anunció “de común acuerdo, interrumpir su relación matrimonial” y añadió: “El compromiso con nuestros hijos permanece intacto. Dado que es una decisión de ámbito privado, pedimos el máximo respeto a todos los que nos rodean. Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin”.

Después de 24 años el matrimonio de la princesa y el deportista llegó a su fin. Quizá por fin la infanta comprendió que el amor es de a dos, hasta que llega uno que no entiende de matemáticas y en esta pareja ya sabemos quién no aprobó la materia.